A diferencia de los activos tangibles, ya sean muebles o inmuebles, los activos intangibles no tienen sustancia física y en consecuencia la mayoría de las veces no están reflejados en los balances generales de las empresas. No obstante que los activos intangibles no cuenten con un reconocimiento financiero en el balance general de una empresa, no significa que no sean importantes para dicho negocio; de hecho, constituyen los elementos más importantes que diferencian a las empresas y que son susceptibles de generar los flujos necesarios para aportar rendimientos superiores a la tasa de retorno mínima esperada.
Como ejemplos de activos intangibles pueden considerarse las marcas, las patentes, la ubicación geográfica de un negocio, los secretos industriales, las listas de clientes, o los contratos comerciales con cláusulas de territorialidad, de exclusividad, de temporalidad y/o de no competencia, entre otros. Existen diversas situaciones en las que es necesario valuar un activo intangible, tales como garantizar el cumplimiento de pago de créditos fiscales, garantizar el cumplimiento de obligaciones comerciales o corporativas, ya sea ante autoridades judiciales o de manera privada, dentro del proceso de compra de un intangible en el que sea necesario avenir a las partes sobre el monto sobre el cual debe llevarse a cabo la operación, o para capitalizar el valor del intangible vía aportación en el capital de una empresa.
El valor de un intangible normalmente corresponde a un porcentaje sobre el valor de una empresa derivado de los flujos de efectivo descontados, el cual se determina en función del grado de importancia en la generación de los mismos. Por ello, considerando que el valor de un negocio radica fundamentalmente en su capacidad actual y potencial de generación de ingresos, el enfoque más aceptado a nivel mundial para la valuación de negocios, y por ende de intangibles, es el de flujos de efectivo descontados.
